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SOBRE MI

 

 . . . En esa época de finales del franquismo me sumé a la corriente que surgió en defensa de la escuela pública publicando en Cuadernos de Pedagogía artículos sobre la Institución Libre de Enseñanza y sobre la aportación a la educación pública que hizo el PSOE durante la República. Fueron tiempos convulsos las postrimerías del franquismo. Y más de una vez tuve que correr delante de los “grises”. Fueron frecuentes las reuniones clandestinas entre gentes diversas, comunistas, socialistas, catalanistas, independentistas y personas como yo que íbamos por libre. Muerto Franco esa armonía y entendimiento desapareció. Ya lo dijo Vázquez Montalbán que “contra Franco se vivía mejor”.

Mi posición a favor de la escuela pública me llevó a pedir en el concursillo de Barcelona. Y no pude tomar posesión de la plaza que me fue adjudicada, porque por un error burocrático había salido a concurso sin estar vacante. Ante la amenaza de impugnar el concurso de traslados el Delegado nos dijo que nos fuéramos a casa, cobrando por supuesto, y cuando nos fuera bien que nos acercáramos por la Delegación por si había alguna plaza de nuestro gusto. Y que al año siguiente volviéramos a participar en el concursillo. Como con el  aumento de mi familia no podía prescindir del sobresueldo de las permanencias (una sexta hora de clase pagada por los padres) opté por una clase del grupo escolar de Plaza de España. Allí conocí el verdadero talante de los directores de la etapa franquista: ante la súplica de un compañero para que pudiera ausentarse de clase pues su esposa estaba dando a luz, el director dio la orden al conserje para que cerrara con llave la puerta de salida. Recuerdo que mi estancia en este colegio coincidió con la muerte de Franco.

Los puntos que acumulábamos los maestros era uno por año de servicio y dos puntos más por permanecer en la misma plaza, que los perdías cuando te trasladabas. Pero yo no perdí ningún punto por proceder de una escuela de patronato, lo que me permitió acumular tal puntuación que pude acceder a uno de los colegios públicos más cotizados de toda Barcelona, el Pere Vila., ya que estaba bien comunicado y las permanencias que se cobraban doblaban tu sueldo. El director D Carlos Muñoz tenía centralizado el cobro de las permanencias de tal modo que nadie tenía que ir detrás de los padres para que pagaran. Dirigía el centro como si fuera una empresa y todas las clases estaban a rebosar de alumnos, que ya no cabía ninguno más e, incluso, los habitáculos destinados a actividades varias estaban habilitados como aulas. A la auxiliar de párvulos D. Carlos la ascendió de categoría y poderes, poniéndola al frente de la matriculación. Cuando un padre iba a su despacho a matricular a sus hijos la auxiliar de párvulos era la que calibraba su categoría económica. Si le parecía bien y le hacía un buen regalo ingresaban sus hijos sin ninguna contradicción. Y si no le parecía digno le indicaba que rellenase una petición y la colocaba debajo del montón de peticiones que tenía encima de la mesa. Incluso mostraba una carta de la esposa de Franco diciendo que no había ningún tipo de recomendación para ingresar en el colegio. Por esta causa el Pere Vila estaba prestigiado y tenía alumnos de toda Barcelona, menos del barrio donde está ubicado el colegio, el Casc Antic, porque la mayoría de su población no era muy boyante.

D. Carlos solía decir que dentro de las verjas el caudillo era él. Y cuando presidía los claustros cogía la palabra y, ante la resignación de los maestros, no la soltaba hasta las 12 menos cuarto. Era el turno de ruegos y preguntas que nadie utilizaba porque todos tenían ganas de irse a sus casas. Sin embargo yo tuve el atrevimiento, ante el incomodo de los compañeros, de preguntarle que por qué no se practicaba la coeducación de niños y niñas, que en los países más adelantados pedagógicamente estaba implantada con resultados muy beneficiosos. Hubo tal silencio que creí que había dicho una blasfemia y no figuró en el libro de actas. Una mañana del año siguiente apareció el patio del Pere Vila lleno de cáscaras de huevos. Habían sido los de la Asociación de Vecinos del Casc Antic que reivindicaba el colegio para el barrio. D. Carlos comprobó que habían desaparecido los apoyos oficiales que tenía antes, que llamaba a su amigo el gobernador civil y enseguida tenía la policía, como cuando los interinos quisieron boicotear las oposiciones que se celebraban en el colegio, que la policía, metralleta en mano, tomó el patio mientras los niños estaban en el recreo. El berrinche que cogió en esta ocasión le costó un infarto y la baja definitiva. Y en el curso siguiente se implantó en toda su extensión la coeducación. Los ex alumnos del Grupo Escolar Pere Vila (del 1931 al 1939) me escogieron para que organizara un sentido homenaje al primer director del Pere Vila D. Félix Martí Alpera, que fue sancionado por la Comisión Depuradora después de la guerra civil. Estos ex alumnos vivieron dos épocas en esta escuela, la primera esplendorosa y la segunda de pena y ultraje. Solicité a mis amigos y compañeros del Seminari de Història d´Ensenyament que me ayudaran. Y de este homenaje surgió el libro Félix Martí Alpera. (1875-1946) La seva contribució a l´escola pública. Como compensación los ex alumnos del Pere Vila me sufragaron los gastos para que asistiera al Congreso Internacional de la Historia del Pensamiento Educativo que se celebró en Lovaina. Me presenté con la ponencia “Tres intentos fallidos para sustituir la Ley Moyano”.

Como en el Pere Vila no podía formar equipo para hacer escuela, que siempre ha sido mi deseo, porque mis compañeros eran muy mayores y solo pensaban en su jubilación, decidí unirme con compañeros que había conocido en reuniones clandestinas y me trasladé con ellos a la escuela La Farigola. Pero las cosas habían cambiado. Ya no era el espíritu de confraternización que teníamos cuando aún vivía Franco, sino que ahora, no sólo sus ideas pedagógicas no coincidían con las mías, sino que se degeneró en una confrontación abierta. Era partidario del bilingüismo en la escuela, pero no lo era de una dictadura hasta el punto de controlar que los alumnos no hablaran en castellano ni en el patio durante el recreo. Me trasladé a otro colegio "Calderón de la Barca".

Y pasé al otro extremo, un centro españolista y carca, pues se continuaba con las quejas contra la EGB, que era un derroche gastar dinero en muchos individuos que ni servían ni querían seguir estudiando, al ver que la obligatoriedad de la educación se extendía a todos por igual hasta los 14 años. Cuando pasé miedo fue durante el "tejeretazo", pues algunos compañeros se frotaban las manos triunfantes pensando que Tejero restauraría las "esencias patrias".

Decidí hacer oposiciones a Secundaria. Pero aun mantengo el ánimo de luchar por una escuela pública de calidad.

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